AVÁNDARO, 50 AÑOS, ¡QUERÍAMOS ROCK!

Por Tinterillo.

El país venía de la sangre derramada en Tlatelolco, donde la represión contra los jóvenes imprimió su sello. De la  celebración de las olimpiadas de 1968 y la realización de la Copa del Mundo de 1970. Años donde la tecnología nos dejaba el radio portátil, el FM y la tele a color. Pero sobretodo iniciaban transformaciones culturales, movimientos sociales, políticos, crisis, eran los setentas.

Estaba presente el rock, el hippie con su “amor y paz” y hasta en el cine “Mecánica Nacional” y “Reed, México Insurgente”. En las letras veníamos de Fuentes, Paz, García Márquez. De la rebeldía de la contracultura mezclada en el silencio de una cultura oriental, que meditaba en la raíz autóctona encontrada en la cultura milenaria de nuestros antepasados indígenas, mezclada con la psicodelia.

De esos 16-17 años que en la Ciudad de México acarreaban a Insurgentes, a la pista de hielo, donde los Dug-Dugs, la Tinta Blanca y el Tree Souls in My Mind, Peace and Love, Army, junto con Javier Bátiz llegaban con el rock del norte,  eran junto al “ligue” el motivo. Mientras la música electrónica aparecía en el Conservatorio Nacional de Música.

Así me alcanzó el 11 y 12 de septiembre de 1971, días en que se realizaría el festival de “rock y ruedas”, donde los grupos que motivaban la ida a la pista de hielo tocarían. Estarían Tequila, El Ritual. Bandido, la División del Norte.

Decisión de ir a “Avándaro” a un festival de rock como Woodstock y ¿cómo decir, cómo pedir el permiso? Iría con Toño, un chavo muy tranquilo. Listo vamos.

Nos embarcamos en un camión rumbo a Toluca, que a ventana cerrada dejaba penetrar sin respingo alguno el olor a  mota o de cemento. Bajar “pacheco” era lo de menos, lograr asiento en el otro camión que salía de la capital del Estado de México rumbo a Valle de Bravo la odisea.

Trepados y bajo el mismo régimen de ventanas cerradas y el “churro” girando llegamos a Valle, para caminar hasta la explanada acondicionada para recibir a unos 25 mil chavos (hay quienes calculan el arribo de 200 mil), cansados pero con el ánimo dispuesto a escuchar rock. El equipaje una casa de campaña, un par de cobijas y una botella de tequila. Logramos un lugar frente a lo que sería el escenario.

Toda la noche y el día fueron de rock. Sí se consumió un buen de “mota” y otras cosas, algunos sintieron que podían pasear con solo una flor como vestimenta, aunque la lluvia quiso bajarle a la histeria colectiva, pero el reventón  se impuso a”Tláloc”.  Corear “mari, mari  marihuana” y “Tenemos el poder” con Peace and Love hacía olvidar lodo y agua.

El regreso otra odisea para los camiones, pero al final llegué a  mi casa, de la cual salían “chispas” porque había asistido. La televisión había informado del evento y para aquellos momentos había sido “un desmadre”, intolerable.

Pero fui testigo de Avándaro, asistí, lo disfruté, grite, brinqué y lamenté que por lo que se habló al respecto y se condenó al rock,  por tanto a los grupos y el rock tuvieron que refugiarse en bodegas, después fueron llamado “hoyos fonqui”.

Así mi Avándaro… de poca, 50 años después, ¡que chingón!, queríamos rock.

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