MILDRED LA DOCTORA, LA ROQUERA, LA VIAJERA, LA MUJER DE CIENCIA

Por Claudio García.

Aguda en su mirada, como águila en vuelo, curiosa, apasionada, viajera “pata de perro”, romántica, sensible, amante de la naturaleza, del buceo, de la ciencia, pero sobretodo de su México. Así, clara, diáfana en sus expresiones, es Mildred Quintana Ruíz, la Doctora en Ciencias.

Con sus 56 publicaciones internacionales, asentada en el Centro de Investigación en Ciencias de la Salud y Biomedicina de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, recuerda cuando niña su bosque, la naturaleza, el espacio donde probablemente se construyó parte de su vocación, por la colonia en la subida a Chalma o en Temascalcingo, donde se reunía la familia con la abuela y ella con sus primos recorría esos parajes de bosque, con la llamada de las plantas, de los animales, del cerro, de la libertad con que se encontraba.

La Profesora-Investigadora Nivel VI, y con su Nivel III-Área I dentro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), no sabía que estudiar cuando terminó la preparatoria, las dudas se iniciaron en administración, para continuar en la Universidad Autónoma Metropolitana. Estudió biología, siguió la Ingeniería Biomédica y en el inter hizo actuación, cayó al Centro Nacional de Ciencias y Artes, pero regresó a Química y las optativas en las que a ella le gustaba: Física, Química, Estadística, Matemáticas, “es muy accidentada mi licenciatura”, confirma Mildred.

Considera que transitar por diversas áreas fue muy valioso, porque “conocí muchas áreas”, aunque terminó como química, no llevó muchas asignaturas de ésta, porque “me revalidaron materias de Ingeniería Biomédica y las optativas las hice en Física”.

Quería ser Física y terminó como Química, pero resulta que no es ninguna de las dos, ella se ubica en las Ciencias Exactas y aquí comenta que la universidad debería de replantearse esa rigidez, porque “no todos vamos a hacer los mismo”, entonces permitir que de acuerdo a los intereses personales se pueda completar una preparación.

Y ahora, nos dice, “estoy en medicina”, ahora trabaja en un sensor para detectar el Covid, aunque si funciona para eso funcionará para mucho más, aunque es lento porque como expresa “aquí es lento todo, en México no tenemos muchos recursos”. Trabaja junto a Mauricio Comas y Sergio Rosales, quienes elaboran la parte de la vacuna, la parte biológica y ella con su equipo buscan meterlo en un dispositivo, con nanotecnología.

 Deportista de siempre, jugó soccer y participó en un equipo de futbol americano, pero después se metió al buceo, hizo todos los cursos, corría de Ixtapalapa, a las 5 de la mañana, para llegar a la alberca Olímpica a nadar y tirarse uno que otro clavado.

Durante sus estudios trabajo por algún tiempo en el hospital Ángeles, después le dieron una beca en la misma universidad, lo que le hizo disfrutarla más y tener muchos amigos. Confiesa que estudiaba de lunes a viernes, pero al llegar el fin de semana “era fiesta, en esa época estaba el rock en español, con Molotov, Panteón Rococó, Los amantes de Lola”, pasó por Rockotitlán y algunos otros antros de moda, que acompañaba con algo de cerveza. Siempre al sur de la Ciudad de México, sus rumbos.

Respecto a la capital del país expresa que le gustaba mucho, pero “no puedo vivir ahí, me estresa demasiado”, era pasar de la naturaleza, donde creció, al tumulto citadino. Y  aclara que llegó a San Luis por los atractivos parajes de la  Huasteca, cuando por su grupo de buceo conoció la región desde la Media Luna.

Se detiene en la charla y recupera a quien adora, a quien considera una ejemplo por ser una mujer trabajadora, limpia, que le exigía lavar los tenis y que quedaran “súper blancos”, su abuela, quien está por cumplir 97 años de vida.

Y surge su lado romántico, la parte que no es exacta, pero que es vital para complementar a una persona, su gusto por la música, por la literatura, por el arte. En la prepa se encontró con compañeros que habían viajado, que conocían muchas partes del mundo y ella no había tenido esa oportunidad y “como no me gusta no saber” se puso a leer, aprender de los libros.

 Vivir en la Ciudad de México le permitió ir a los conciertos, a los museos, algunos eventos son gratis en otros “llamas al radio y te ganas los boletos”, que obtenía a través de los concursos que hacían en alguna estación de radio, a donde casi siempre preguntaban sobre música y de eso ella sabía. También gustaba ir al cine, los conciertos de cámara en la UNAM o asistir a Bellas Artes. Considera que en San Luis Potosí hacen faltan más eventos musicales y obras de teatro.

Su éxito en la licenciatura fue terminarla, se ríe y dice que “todavía sueño que debo materias, que me hacen falta, todo y nada me gustaba”. Hoy es clara, afirma saber lo que no quiere y por tanto puede seguir intentando cosas.

La doctora cuyos intereses científicos versan en el Grafeno y Materiales 2D, o la Funcionalización Química de Nanoestructuras, entre otros, se considera una mujer sincera, nunca se ha casado, ha tenido relaciones buenas, no se cierra a los tiempos que éstas puedan durar, porque “durarán lo que tienen que durar”. Solo eso.

Aventurera en el auto o con la mochila, cuenta que un día salió de la Ciudad de México, tomo la costa del pacífico desde Michoacán, llegó a la frontera norte, bajó por la Península de Baja California a los Cabos, regresó y después cruzó por  la sierra de Chihuahua, más de 36 días. 

En ese andar de “pata de perro”, se fue a trabajar a Estados Unidos para tener recursos y continuar sus estudios, pero después de un tiempo, mochila a la espalda, se fue a Perú, Bolivia y el norte de Argentina, viaje que la hace cambiar, reflexionar y regresar para estudiar.

El doctorado lo realizó entre México y Argentina y recuerda con sentimiento a quien fuera su maestro, su  asesor y apoyo Giorgio Zgrablich, quien salió exiliado de lo que fue Yugoslavia, llegó a Argentina y siendo rector de su universidad se da la dictadura, lo sacan y va a Cuba, donde las circunstancias no fueron mejores, hasta llegar a México. Después, regresa a Argentina y es en una estancia en la UAM,  cuando él pasaba por un sabático, que lo conoce y se convierte en el guía que requería. Con tristeza, frente a la fotografía que tiene en su cubículo, Mildred dice “ya murió”. 

Como buena andarina de diversos caminos, al terminar su doctorado regresó a México y se estacionó por un año en San Luis Potosí, gracias a algunos contactos ubicó a Italia como destino, pues ya había estado en Europa, en una estancia académica,  en países como  Alemania, Polonia e Inglaterra. El país de la bota le llamó y partió a seguir su andanza de investigadora.

La beca para estar en aquel país se la otorgó la Comunidad Europea, solo estaría un año, se quedó cuatro, en una ciudad bellísima, Trieste, a orillas del mar Adriático, al norte de Italia.

 Estuvo dos años en el departamento de Fisiología y Patología y otros dos en Química y Farmacia. Le ayudó el saber de muchas cosas y fue donde inició a trabajar con el Grafeno, también porque  sabía físico química de superficies. Y aquí se detiene para el consejo; ”siempre les digo que no tengan miedo de ir a un lugar en  que no hacen los que tú sabes, porque es donde más vas a poder contribuir, porque si todos saben y hacen lo mismo, no pasa nada, pero al tener otras habilidades otras capacidades pues se puede ayudar mucho más”.

Pudo haber continuado en los proyectos como en el que estuvo, que reunía a países como Italia, Hungría, Israel, Alemania, Francia y Bélgica, por los cuales viajó y conoció muchos colegas, pero decidió regresar pues considera que “México nos necesita y hay que retribuir de alguna manera lo que nos ha dado. Soy mexicana, aquí nací y me dio mi beca, mi doctorado y post doctorado, amo a mi país”.

Premio Nacional de Investigación de la Academia Mexicana de Ciencias, desde esos cubículos que más bien parecen locutorios para interrogación, al que le falta un ventanal para gusto de Mildred, considera que San Luis ha crecido mucho, el tráfico, los baches, la inseguridad, pero es un lugar muy bueno para vivir. 

La Universidad Autónoma de San Luis Potosí es una de las mejores fuera de la Ciudad de México, sino es que la mejor desde su punto de vista. “Es una gran universidad que la tenemos que cuidar para que siga así. Estoy muy a gusto de vivir aquí, me siento potosina”.

Si bien no se ha amarado a nada ni a nadie, quizás si a la Ciencia, pero dice que es una forma de vida, y no se imagina haciendo otra cosa que no sea Ciencia, es una forma de vida, conocer cosas nuevas, siempre, formar estudiantes, grupos. A veces hay momentos de dudas, pero estos duran una semana, después te das cuenta que  lo que tienes es la Ciencia, siempre.

Su lectura en el momento de la entrevista  “Renegados” de Bruce Springsteen y Barack Obama, donde un roquero y un presidente comparten sus ideales, además tiene mucho de rock, el cual le gusta muchísimo, así, en superlativo. Pero también lee nuevamente el Ulises de James Joyce para encontrar la visión de éste sobre Trieste.

En cuanto a los autores que la han impactado, sobretodo cuando llevó Filosofía en la preparatoria, menciona a Schopenhauer, Kierkegaard y dice que  Nietzsche la echó a perder, deja salir la risa.

Se considera una persona que gusta de la gente pero no las multitudes, por eso no le agradan las plazas. Eso sí curiosa, apasionada, “cuando me gusta algo no lo suelto”. Pero disfruta de su casa, de su paz de su tranquilidad y de sus perros, Mía y Bruni, uno schnauzer y el otro salchicha, compañeros de paseo.

Así dejamos a la doctora Mildred Quintana Ruiz, frente a su computadora, en ese espacio donde es curiosa y busca para dar solución a algún problema o a lo que le gusta y no puede soltar. Pondrá para trabajar música clásica, jazz, blues, pero no rock porque terminaría cantando, como es ella una canción roquera haciendo Ciencia. 

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