Por Tinterillo.
Una vez más, desde el templete mañanero de palacio nacional, López Obrador da muestra de su añoranza autoritaria por el pasado, por el presidencialismo omnipotente del que los mexicanos nos estábamos librando, ahora se trata de su propuesta de reforma electoral cuya finalidad es desaparecer el Instituto Nacional Electoral (INE) y los órganos electorales.
Si bien las instancias y leyes que hoy rigen nuestra democracia son perfectibles, quitarlas de manos de los ciudadanos, como pretende a través de su oscura y amañada propuesta y regresar a los tiempos donde todo se realizaba con la “bendición” del presidente vía Bucarelí.
Destruir al INE ha sido su prioridad, un día lo ataca y el otro también desde su cotidiana palabrería, y junto con la desaparición o “renovación”, como le llama, de la instancia electoral, lo que realmente pretende es quedarse, dirigir, “administrar” las elecciones en todo el país.
La venganza que tanto disfruta López Obrador, contra todos y todo lo que considera que está o ha estado contra él, en el caso del INE se debe a lo sucedido en la elección que perdió contra Felipe Calderón en 2006, no perdona haber sido derrotado, bueno nunca ha reconocido ninguna derrota.
Como tampoco reconoce que la instancia que hoy pretende desaparecer fue la encargada de organizar, cuidar y avalar su triunfo electoral del 2018, y que fue el presidente del INE el primero en salir a reconocer y anunciar que él ganaba.
Hoy lo que el habitante de palacio pretende es un árbitro neutral, eso no es válido para él. Lo que quiere es poner las reglas, dirigir los procesos electorales, todos, concentrarlo todo, desaparecer las instancias estatales, para como dice “federalizarlo”.
Esgrime lo caro que cuesta el INE, pero no acepta que si bien México cuenta con una democracia cara, se debe porque así lo han querido los partidos políticos, sobretodo los últimos en los que ha participado, en su momento el PRD y ahora morena.
Repudia a las personas preparadas y argumenta que sus enemigos no quieren al “pueblo” o lo que él considera pueblo. Rechaza a todos los que a través de un esfuerzo académico han logrado un nivel que les permita discernir, debatir, plantear acciones para que el país camine por la vía democrática. No acepta que para estar en el INE o en el Tribunal Electoral, se necesita de preparación, pasar por un análisis, de presentar un proyecto. No él quiere que sea el “pueblo” quien los elija, así sean incapaces hasta de pronunciar adecuadamente la palabra democracia y la dejen en “democacia”.
Pretende no una reforma electoral, lo que quiere es regresar a los tiempos de Luis Echeverría, por eso quiere desaparecer las plurinominales, que los partidos minoritarios no cuenten con representación, desaparecer el INE ciudadano, como en tiempos de Salinas. Es lo mismo que quisiera con el petróleo, como cuando López Portillo, todo controlarlo, todo decidirlo, todo porque su añoranza es el pasado, porque él es una autoritario. Pretende ser un reyecito que habita en un palacio. Dejarlo es el regreso al pasado.
