CRÓNICA DE UNA INSÓLITA TARDE DE DOMINGO EN SAN LUIS POTOSÍ

Por Marco Antonio Zárate Mancha.

EL TEMPLO DE POSEIDÓN
(…) No hay una sola cosa en el mundo que no sea misteriosa,
pero ese misterio es más evidente en determinadas cosas que en otras. 
En el mar, en el color amarillo, en los ojos de los ancianos y en la música.
Atlas. J.L. Borges

El tedio de la tarde del domingo, sumado al calor de la canícula me sacó a caminar por el centro de la ciudad. Deambulaba por un andador con la vista amodorrada que escasamente se quería detener en algún aburrido aparador. Mis pasos, sin rumbo determinado, me llevaron a las proximidades del mercado Tangamanga. Una mujer vestida de forma estrafalaria, inusual para el calor veraniego vespertino me cerró el paso. La mujer de edad difícil de definir. Quizá tendría ochenta años o tal vez un poco más. Vestía, ya dije, de manera estrambótica. Pensé que a lo mejor llevaba miriñaque, pues se veía muy ampona. De blanco el vestido, con lienzos multicolores pegados a la falda rodeando toda su indumentaria, un extraño sombrero morado, una docena de collares adornaban su cuello y en ambas muñecas múltiples pulseras. Unas botitas raídas color camello y una pequeña bolsa de mercado completaban su atavío. La extraña mujer de ojos azul clarísimo, casi blancos, y cutis noblemente trabajado por los años hizo que mi mente volara en segundos a la Morelia de los sesentas. En aquel entonces había varios personajes “tocados” que fatigaban la avenida Madero: “La Pirruña”, “El Pistache”, “Güicho”, “El Expreso de Tarímbaro”, “El Media Vuelta”, la señora que en las noches gritaba que nos fuéramos a nuestro país; “Josefina” y “Lupe la Loca”, entre las personas que recuerdo. Pues una de éstas dos solía vestir de esa forma.

La señora se plantó frente a mí y escrutó mis ojos. Me sentí incómodo.

—Te preocupan los niños, ¿verdad? —Dijo.

—Uta, pensé, ¿con quién me estará confundiendo? Y farfullé un disculpe no sé de qué me habla.

 Me miró nuevamente y sentí que escarbaba mis ojos y cerebro.

—Te preocupan los niños, ¿no es cierto? Repitió la pregunta.

—Ahora sí me sentí realmente incómodo y para zafarme del momento respondí un desganado: pues sí, las cosas están difíciles, pobrecillos y pobre de nosotros. Quise dar un paso lateral para retirarme.

— No muerdo —dijo riendo—. Y mostró una dentadura casi perfecta. Reconsideré por un momento su edad.

— Me disculpé y dije, como excusa, que alguien me esperaba. Que iba un poco retrasado.
Dio un paso lateral y cortó mi salida.

— Lo que me faltaba, chingao… Me hubiera quedado en casa viendo “El imperio de los sentidos” que recién había comprado. Cavilé para mis adentros.

—Vamos a sentarnos en una banca del jardín, estaremos más frescos, me dijo con una sonrisa. 
— Mire, me espera una persona y no quiero ser grosero, pero lo que quiera decir me lo dice rápido por favor, concedí para librarme de la extraña mujer.

Esperamos que el semáforo nos diera el paso y cruzamos en silencio la calle. Vimos una banca vacía bajo un árbol y nos sentamos. De su pequeña bolsa sacó un sobrecito con semillas y me ofreció, le di las gracias y dije que no tenía apetito, que me disculpara.
—Tienen mucha fibra y éstas casi no tienen sal, las deberías de probar, las hace don Felipe, un viejito amigo mío, dijo.

—Ajá, dije. Esperé que entrara al tema.

—Yo me como las semillas con todo y cáscara, ¿sabes? Primero las abro para que salga la pepita, juego con la cáscara para quitarle la poca sal, las mastico muy bien y luego me las paso.

—Uta, es una clase de cómo comer semillas, rumié. Y pensé en decirle, pues yo las mastico completas y me las trago, además me gusta que tengan sal.

—No eres de aquí, ¿verdad?

—Efectivamente señora, soy moreliano, respondí de forma lacónica, para no entrar en mayores explicaciones.

—Se te nota. Caminas, te mueves diferente a la mayoría de la gente. Además tu acento es de fuereño —Señaló—.

—¿Me muevo diferente? No mames ruquita, ahora sí que te la jalaste y gacho. De mi forma de hablar, me queda claro que de repente me sale lo chilango. De hecho no lo escondo y tampoco lo niego, me dije.

—Mira, todo lo que está pasando en el mundo es lo que lo mayas previeron. El 2012 trajo una realidad más cruda. Hay que abrir los ojos más que nunca y estar despierto porque apenas estamos comenzando a vivir todo el desbarajuste de una realidad que se desmoronará en unos años. Tú ahora estás preocupado por los niños que están muriendo en Palestina, ¿no es cierto? — Preguntó.

—Ah cabrón y ésta ¿cómo supo? No creo que se haya metido a mi página de Facebook. —Pues sí, están muriendo muchos inocentes, gente que no tiene armas para defenderse, es una masacre y, me duele en el alma. Pero, y usted ¿cómo sabe eso? — Respondí.

—Eso no importa. Lo importante es que sí se puede hacer algo por esa gente. ¿Sabes?

—Sí, dije, hay marchas, denuncias múltiples en Internet y muchos artistas e intelectuales de distintas partes del mundo están manifestando su indignación frente a la barbarie. Hay presión internacional contra Israel.

—Eso no es suficiente. Ustedes los humanos tienen muchas capacidades que no utilizan, dijo.
—¿Ustedes los humanos? Pues qué ¿usted es alienígena?, pensé. Y reflexioné: —ese cuento es muy sobado, ya sé que dicen que usamos sólo diez por ciento de nuestra capacidad cerebral…

— Pero, entonces, ¿qué sugiere hacer, señora?

A estas alturas del partido ya me había olvidado del tiempo transcurrido. Sacó una botellita de agua de su bolsa, dio un leve sorbo, y con toda la parsimonia del mundo la tapó y devolvió al pequeño bolso.

—Pues hay que construir un domo de amor. Dijo, como si se compraran en Home Depot.

—¿Un domo de amor? Contesté. Y para mis adentros dije: saque para andar iguales; pues ¿qué tenía esa agüita?

—Ya sé que pensarás que estoy loca, pero tampoco me importa, no vivo para los demás, me basto a mí misma. —Sí, repitió, un domo de amor y no te vayas a reír.

—Sí, ya entendí, pero no tengo la más mínima idea de lo que trata de decirme. Sé bien lo que es un domo, y los he visto de muchos materiales. Domos geodésicos, inclusive, que dicen tienen muchas propiedades curativas y energéticas, pero de un domo de amor, le confieso que nunca había escuchado algo así, incluso de mi hijo Emiliano que suele platicarme sobre cosas inusuales, por decirlo de la forma más elegante. Reí al tiempo que contestaba.

— No es nada complicado, lo difícil es hacer que la gente lo haga. —Replicó.

— Pero ¿de qué material se hace? ¿De qué tamaño? ¿Dónde se construye? ¿Para cuántas personas? No entiendo, volví a decirle.

— Cierra tus ojos, ordenó.

— Ándale, me dije. Aguas no te vaya hacer una fregadera. Instintivamente toqué mi cartera y apreté mi mochila contra mis piernas. Cerré los ojos y dije: ¿ahora qué?

— Imagina un domo de color aguamarina, tan grande que quepa todo el jardín donde estamos sentados. Su voz sonó como si viniera de un punto mucho más lejano de donde estaba sentada. Se escuchaba muy lejana, pero a la vez escuchaba con toda claridad lo que me decía.
— Recordé algún ejercicio de meditación en que hacíamos algo similar a lo que decía la señora, sólo que no eran domos, sino esferas. Comencé por definir mentalmente el color aguamarina, una vez que lo pude fijar imaginé un domo que se elevaba sobre nuestras cabezas, por sobre los árboles y cubría todo el jardín. Ya lo tengo, dije.

—Sostenlo, dijo; ahora imagina que el domo está lleno con agua de mar. Que el domo es una gran pecera donde hay plantas —algas pensé yo— y peces multicolores.

—Ya lo tengo. En ese momento la temperatura en el parque se sintió más fresca y agradable. Es probable que llueva, pensé.

—Ahora, dijo la doña, imagina que el domo comienza a crecer y a crecer y lo llevas y lo depositas en la zona de bombardeos en Gaza.

—Su voz sonó más distante. Juraría que estaba hablando a través del agua. Pensé.

—Pues no sé cómo le voy hacer para calcularle, nunca he estado allí. Respondí.

—Eso no importa, lo que de verdad importa es que lo pienses y que estás protegiendo con el domo a los palestinos. Esta vez su voz parecía venir de más lejos, sin embargo la escuchaba con toda la claridad. Quise abrir los ojos para cerciorarme que estaba junto a mí y pareció saber mi intención.

—No vayas abrir los ojos; sostén unos instantes más el domo. Volvió a ordenar.
Pasaron unos instantes en que me pude percatar que había dejado de escuchar el bullicio del parque y que había silencio.

— Voy abrir los ojos dije y procedí. La señora estaba justo donde la había visto antes de comenzar el ejercicio. Daba vueltas a la tapa de la botellita de agua y se disponía a regresarla a su bolsa.

— Ahora busca la mayor gente que quiera hacer el ejercicio contigo… Espérame un momento, voy a comprar unas florecitas para una viejita que tengo que ver en un rato. No te vayas. Ya casi terminamos, dijo, parándose y cruzando la calle para entrar al mercado Tangamanga. 
— Sentí que me pesaba la cabeza, tenía sed y un poco de náusea. El bullicio de la gente y los autos había vuelto. Vi a la señora entrar al mercado, a la zona de venta de flores.

Me paré y me crucé al mercado para comprar una botella de agua, vigilando siempre la puerta por donde saldría la señora. Pagué por el agua y entré al mercado a los puestos de flores. Sólo dos estaban abiertos. De la señora ni sus luces, pregunté si no había comprado flores una señora apenas unos minutos antes. Me vieron con extrañeza y me dijeron que no, que ya estaban por cerrar y que no había pasado nadie por los puestos. Salí al parque y no vi a la señora, regresé al pequeño mercado, pero casi todo estaba cerrado y ni rastro de la señora. Caminé hasta mi carro y regresé a mi casa. ¿Qué fregados fue todo eso?


Marco Antonio Zárate Mancha

Estudió ingeniería mecánica en la Universidad Michoacana. En sus inicios trabajó en el Grupo ICA. Posteriormente colaboró en la Secretaría de Programación y Presupuesto, en el Sistema Alimentario Mexicano de la Presidencia de la República. A su paso también se ha desempeñado en la Canacintra México, en el programa TIPS de Bancomext, en el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial, en el Gobierno de Michoacán y en el municipal de San Luis Potosí. Ha sido y es empresario y esporádicamente ha colaborado en diversas publicaciones impresas y electrónicas, como: Quadratín, Homozapping, revista AM Blues, Alternauta, Revista Transformación de Canacintra y Fórum Financiero, entre otros.


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