MANO IZQUIERDA

El Príncipe de los Filósofos

                                                                                                     Por Jorge Andrés López Espinosa

Querido por muchos, odiado por más, Baruch Spinoza fue un filósofo mordaz, sin filtros, directo en sus sentencias racionalistas, pero con argumentos bastante sólidos difíciles de debatir por la contundencia de sus afirmaciones. Holandés de nacimiento, aunque de origen judío, vivió muy poco, pues falleció de 45 años afectado por la tuberculosis, comparte la gloria de los filósofos racionalistas al lado del padre del plano cartesiano René Descartes y del germano Leibniz. La obra de este librepensador, definitivamente es intemporal y trascendente, pues coloca como punto de partida de su pensamiento crítico la necedad humana de pretender vivir eternamente, describe ese afán como una terquedad irracional de buscar la inmortalidad, cuando en realidad sea altamente probable que tal cosa no ocurra. Por esas afirmaciones tan temerarias para su tiempo, se ganó la animadversión de todos aquellos que sostenían lo contrario, catalogado de ateo, hereje y otras dulzuras,  Baruch nunca se desdijo de sus enunciados, pues en su filosofía distinguía perfectamente entre la razón y el adoctrinamiento, la primera basada en la búsqueda de la verdad, lo segundo en la burda imposición que no busca ni mucho menos conocer la naturaleza de todas las cosas, sino tan sólo fijar criterios “morales” que se adapten a los modos y maneras del establishment en turno. En eso Baruch superaba a los racionalistas, porque decía lo que pensaba y lo dijo sin tapujos, fue quizá sin saberlo el más avanzado defensor del derecho fundamental al libre desarrollo de la personalidad, pues sostenía que a la felicidad se llega por la acción y la alegría de vivir intensamente, optar por el buen humor y la camaradería, gozando de la vida sensitiva y dejando de lado enconos e insidias; para él, quien logra el control de sus emociones será proclive a una vida más feliz. Aunque no negaba la posibilidad de la existencia del alma, Baruch consideraba que estaba conformada en una misma esencia al cuerpo, por lo tanto no había una separación, esto lo llevó a teorizar sobre la muerte como la simple destrucción del cuerpo, pero al ser atomista, la muerte sencillamente disgregaría nuestros átomos que son en realidad la causa libre de la existencia. De su pensamiento aplicado para este siglo, nos quedamos con su defensa de la libertad de pensamiento, esa que ocurre a partir de la duda y el cuestionamiento, es decir, no creernos todo lo que nos dicen, así, Baruch nos invita a permanecer lo más posible en alguno de los tres niveles de conocimiento: imaginación, razón e intuición, lo que nos permitirá conocer nuestras pasiones a través de la razón, pero también en conocerlas mediante la imaginación, pero sobre todo no dejar de escuchar esa voz interior, eso que llama intuición. Por eso, en tiempos donde todo pareciera resultar avasallador, hay un último reducto inalcanzable, un dique inquebrantable, ese es el pensamiento libre, el de los que, como Baruch Spinoza, aún contracorriente, permaneció serenamente libre.  Excelente lunes. Los sigo leyendo en este correo: jorgeandres7826@hotmail.com.  

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