MANO IZQUIERDA Vivir sin prisas

Por Jorge Andrés López Espinosa

En el mundo de la modernidad líquida, la humanidad que habita en las zonas urbanas del planeta, pareciera que vive a mayor velocidad con relación a las personas que residen en áreas poco pobladas o rurales, la falsa sensación de que el tiempo transcurre más rápido en las ciudades que en el campo, está precedida del factor capitalista por excelencia: “producción”; esta alteración, provocada en nuestra psique y que puede remontarse a la consolidación de la revolución industrial, nos hace caer en una idea distorisionada del tiempo, que al relacionarlo con el concepto trabajo, el tiempo se tasó en “oro”, asignándosele un valor absolutamente monetario, lo cual es contrario al devenir natural de la existencia humana que ocurre del nacimiento a la muerte, cuyo breve lapso debería disfrutarse a plenitud y no sufrirse bajo la esclavitud del reloj laboral. De ahí que, uno de los pecados más graves en el sistema capitalista sea “perder el tiempo”, lo que resulta lógico considerando que en el mundo global donde cada segundo se contabiliza en dólares, se condenó al “ocio” para convertirlo en el enemigo público número uno, claro, en un sistema que pretende evitar a como de lugar, la quietud y la tranquilidad humana, que conllevan primero a la contemplación y después a la reflexión, que origina finalmente el pensamiento crítico, motor de cualquier transformación y cambio social. De modo que, no hay nada más contracultural en los tiempos de la velocidad, que abrazar la relentización, Carl Honoré a quien se le conocé como el gurú del movimiento “Slow”, en su libro “Elogio de la Lentitud”, propone una idea sencilla, “Hacer las cosas lo mejor posible, no lo más rápido”, es decir, disfrutar, vivir, contemplar, como lo cita el propio Honoré en su obra, tratar de vivir en lo que los músicos llaman “el tempo giusto”, (el tiempo justo) es decir, a la velocidad apropiada. En el mundo de la prisa, la cultura “fast” impuso costumbres que hoy están arraigadas como si hubieran estado ahí por siempre, la practicidad y lo desechable vino acompañada de esa sensación de “no llegar a tiempo”, contribuyendo a la deshumanización del ser para convertirnos en auténticas máquinas con manecillas de pulsera. Así, repensar el tiempo, nos conduce primero a afirmar que si el tiempo es una ilusión, luego entonces si asumimos tal premisa como verdad, nada ni nadie debería estar a destiempo, ni en el amor, ni en el trabajo o hasta en la política, en cualquier ámbito,no hay impuntualidad, no existe, ante un concepto que ni el propio Agustín de Hipona pudo explicar. Finalmente, estimado lector, la invitación es a relentizarnos tan sólo para detenernos a gozar de nuestra breve existencia, donde el “hacer” y el “tener”, le cedan su espacio al “ser”, ese, que piensa con calma, reflexiona, contempla y decide. Recuerde que su reloj no cambia el ritmo de cómo la tierra le da vuelta al sol, así como tampoco deberíamos esperar la vejez o un retiro laboral para comenzar a vivir con plenitud. Si lee esto por la mañana, disfrute su café, desayune con calma, respire profundo y medite sobre la frase de Carl Honoré: «En un mundo adicto a la velocidad, la lentitud es un superpoder». Lo sigo leyendo en este correo: jorgeandres7826@hotmail.com.

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