A Ricardo Portocarrero Narváez
(1947 – 2023)
In memoriam
Por
Marco Antonio Zárate Mancha
Por cuestiones de trabajo los jueves por la tarde acudo a ese bellísimo rincón en que confluyen el Acueducto de Morelia, la Fuente de las Tarascas y el comienzo de la hermosa Calzada de Fray Antonio de San Miguel. Hay allí una emblemática casona ocupada ahora por el Centro Cultural de la UNAM. Originalmente quinta de descanso del prebendado de la «Santa Iglesia Catedral de Morelia», Lic. Martín García de Carrasquedo, según documenta el presbítero Gabriel Ibarrola Arriaga(1), del contrato de compra – venta de dicho inmueble datado el 30 de marzo de 1837:
[…] Tiene un mirador al frente que mira hacia la calle Real, una sala grande y espaciosa, dos recámaras, su comedor y su cocina, con dos corredores de pilares de mampostería, un patio y en él un estanque de agua y a su derecha un cuarto para comunes y en seguida una huerta con árboles frutales con barda de adobe.
Tiene una casita bajo el mirador, con su patio a la calle Real. Toda esta casa es de mampostería y la comencé a fabricar desde el año de mil ochocientos veinte y cinco, en casa vieja y solares que compré a varios dueños…
En la actualidad la “casita”, bajo su hermoso mirador, aloja una cafetería y a la librería «El Sendero», atendida por el dilecto amigo Juan Ramón Rojas. El viejo patio hoy es un agradable jardín con mesas y sillones de la cafetería «Therai» …
Así pues, el pasado jueves acudí más temprano a mi acostumbrada reunión en el restaurante del «Hotel Casa San Diego», ubicado en la Calzada de Fray Antonio de San Miguel, ello me dio la oportunidad de visitar previamente «El Sendero». Escurriendo la vista por libreros y anaqueles me topé con varias obras de Yasunari Kawabata.
Mencionaré que debo a mi maestro de taichi, Víctor Manuel Becerril Montekio, mi primer contacto con el Nobel de literatura japonés allá a mediados de los 80. Él me prestó un ejemplar de «Lo bello y lo triste». Fue una delicada y ciertamente trágica lectura. Después leí otras de sus obras. Entre ellas, «La casa de las bellas durmientes» que García Márquez plagió, como él mismo reconoció, en su lamentable «Memoria de mis putas tristes» …
Ahora me topaba con «Historias de la palma de la mano»(2), antología de relatos (1921 – 1972), algunos escritos en su juventud y otros al final de su vida!. Uno de ellos: «El episodio del rostro de la muerta», me hizo reflexionar y recordar el escrupuloso ritual que los japoneses brindan a sus muertos, capturado en esa bellísima película “Violines en el cielo”(3).
En el relato de Kawabata, un hombre queda viudo y no logra ver viva a su esposa. Tampoco la pudo acompañar en los últimos días de vida y sufrimiento. La esposa anhelaba verlo por última vez, pero la vida no le alcanzó. Cuando por fin el hombre llega a su casa, la acongojada suegra lo recibe; lo conduce a la habitación donde reposa la recién fallecida, mientras relata que murió con la esperanza de verlo y estar con él por última vez… La mujer retiró la sábana que la cubría, dejando descubierto el rostro. El ahora viudo lo examina y pide le permita estar a solas unos momentos con su esposa. Percibe en el rígido rostro el rictus y huellas del sufrimiento:
“Las mejillas se habían hundido y sus descoloridos dientes sobresalían entre los labios. La piel de los párpados estaba ajada y colgaba sobre los globos oculares. Una tensión evidente había impreso el dolor en su frente” …
El hombre observó por un momento los estragos que la agonía había grabado en el rostro. Entonces, tembloroso manipuló una y otra vez los rígidos labios de su mujer, hasta que después de no pocos esfuerzos logró suavizarlos… Hizo lo mismo en otras huellas dejadas por el martirio. Sus manos enrojecidas por las intensas y arduas manipulaciones palpitaban… Miró nuevamente el rostro renovado gracias a sus maniobras. Pasados los minutos la suegra y su hija menor entraron. Al ver el rostro serenado de la muerta rompieron en llanto. La madre bañada en lágrimas expresó:
—El espíritu humano es algo que asusta. Ella no podía morir del todo hasta que usted regresara. Es tan extraño. Todo lo que usted hizo fue dirigirle una mirada y su rostro se ha relajado… Está bien. Ahora ella está bien.
El arduo trabajo del atribulado y amoroso esposo sobre el sufrido rostro de su mujer, rescató, a mi entender, la dignidad de su semblante.
He leído varios de los relatos de Kawabata, pero éste es el que me ha hecho reflexionar más a fondo. El que más me ha tocado.
También honda huella me dejó la película “Violines en el cielo”. A causa de una serie de vicisitudes, el personaje central se obliga a abandonar la que piensa es su vocación: ser concertista de violonchelo. Sin empleo como músico, vende el caro violonchelo y opta por regresar a la casa que su madre le heredó en su tierra natal. Después de comunicarle la decisión a su esposa, viaja con ella y comienza a buscar empleo. Un lacónico anuncio en un periódico local llama su atención. Las exigencias son pocas y la paga atractiva. Hace cita para una entrevista y como el responsable del negocio no está presente, le atiende la encargada que explica sin mayores detalles lo que será su futuro empleo. Como prueba de confianza y aceptación le extiende un pequeño fajo de billetes. Emocionado hace compras y halaga a su esposa con ricas viandas. No logra explicar bien a bien a qué se dedicará, pero el adelanto ha sido bueno y no dan mayor importancia al nuevo empleo. Al día siguiente recibe una llamada, le dan una dirección y acude a la cita. Una persona mayor lo recibe y pide le acompañe. Hay un fuerte hedor en el sitio. Han acudido a ver el cadáver de una anciana que lleva varios días muerta. Se le revela el trabajo. Comprometido por la paga que ha recibido, ayuda a su patrón a preparar el cadáver, aunque en el proceso las arcadas y el vómito lo asedian. Al término de ese primer encuentro, acuden juntos a la oficina y su nuevo jefe le explica qué es el «Nokan». Un tradicional arte funerario japonés consistente en asear y maquillar a los fallecidos. Lo exhorta a no abandonar su trabajo, al tiempo que enfatiza que por lo general los cuerpos no están descompuestos.
Pese a las críticas de conocidos y amigos —incluso la reprobación de su esposa— decide continuar en el empleo y paulatinamente comienza adentrarse en el arte de tratar a los muertos con suaves y ceremoniosos movimientos, ya que el ritual se hace frente a los deudos.
Se trata pues de un culto que honra al difunto antes de su tránsito final al crematorio y volverse polvo. Como sintetiza una crítica de la película, el personaje central en su nuevo oficio «descubrirá la belleza de la vida, en su reconciliación con la muerte».
Del relato de Kawabata referí sobre la dignidad de la difunta recuperada arduamente por el amoroso esposo. Quizá la esforzada faena en el semblante de la muerta buscaba recuperar la postrera impresión de ella en su memoria. Así, aunque sus últimos días hayan sido de doble sufrimiento: el del propio padecimiento y el de la ausencia del ser amado, el extenuante esfuerzo del marido en el rostro relajado de la difunta, conjuraba ambos infortunios.
Del elaborado ritual japonés «Nokan» diré que dignifica al muerto antes de volverlo polvo. Pero, ¿qué debemos entender por esa inestable metáfora: «dignidad»? En un apartado del libro ¿Qué es la dignidad humana?(4), el autor cita a Patrick Verspieren: «Dignidad viene de designar las capacidades de decidir y de obrar por sí mismo, lo que podemos llamar autonomía e independencia y la calidad de la imagen que se ofrece de sí a los demás». De acuerdo con Verspieren, en ambos casos, «Nokan» y el esforzado viudo, se pretende rescatar y ofrecer la mejor imagen del fallecido a los deudos, a la otredad —a los otros— y a la posteridad.
P.S.: Este escrito debí haberlo publicado hace ya un par de meses, pero algunas partes no me convencían y el tiempo fue pasando. Hoy lo dedico como postrer homenaje a Ricardo Portocarrero Narváez, con quien compartí casi dos décadas de amistad y los tres últimos años con mayor intensidad y casi cotidiana cercanía. Descanse en paz el amigo. Se le extrañará y mucho.
Cierro este texto con apretadas emociones. La inesperada partida de Ricardo ha generado en mí una amplia gama de turbaciones y reflexiones. Considero oportuno citar a Norberto Bobbio que a sus casi 87 años publicó su libro De senectute (5)
“Opino que quien ha llegado a la edad que yo tengo debería alentar un solo deseo y una sola esperanza: descansar en paz. […] La vida no puede ser pensada sin la muerte. No es un azar que a los hombres se les llame «mortales»: hasta los más cínicos, los más despreocupados e irreflexivos, los más despreciativos e indiferentes, se toman en serio en algún momento de su vida la muerte, si no la de los otros al menos la propia. El único modo de tomarla en serio es considerarla tal como se te aparece cuando ves la inmovilidad de un cuerpo humano convertido en cadáver: lo opuesto de la vida, que es movimiento. La muerte tomada en serio es el final de la vida, el final último, un final tras el cual no hay un nuevo principio. Respeta la vida quien respeta la muerte. Toma en serio la muerte quien toma en serio la vida, esa vida, mi vida, la única vida que me ha sido concedida, aunque no sepa por quién e ignore por qué. Tomar en serio la vida significa aceptar firme y rigurosamente, lo más serenamente posible, su finitud. […] El argumento más poderoso para afirmar que la muerte es el final último, que la muerte es justamente la muerte, es que se muere una sola vez. El final de la vida es a un tiempo el primer final y el último final. Incluso quien admite una segunda vida después de la muerte no admite una segunda muerte, pues la segunda vida, si existe, es eterna, es una vida sin muerte”.

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1.-Pbro. Gabriel Ibarrola Arriaga. Familia y Casas de la Vieja Valladolid. FIMAX Publicistas. 1969. Pp. 135-136.
2.-Yasunari Kawabata. Historias de la palma de la mano. Austral. 2021. Pp. 45-46.
3.-Violines en el cielo. Dirigida por Yojiro Takita. 2008.
4.-Francesc Torralba Roselló. ¿Qué es la dignidad humana? Herder. 2005. Pp. 50-51.
5.-Norberto Bobbio. De senectutte. Taurus. 1997. Pp. 55-56.
