DEMOCRACIA Y DERECHOS HUMANOS VAN DE LA MANO

Es poco posible que en el discurso político se niegue en algún momento la compatibilidad de éste, con el discurso de los derechos humanos. Es más, suele utilizarse al discurso de los derechos humanos como recurso que, se pretende, dote de mayor legitimidad a la voluntad política.

Este estado de cosas está provocando distintos fenómenos que se derraman en el entorno social; el más preocupante, es aquel por el que se permite desarticular de la expectativa general, la característica que tienen los derechos humanos como normas obligatorias para los agentes estatales.

Muchos son los esfuerzos que se hacen desde las trincheras formales de los derechos humanos que, sin buscarlo, van a parar a las líneas de la demagogia, donde lamentablemente, se impregnan del tufillo a falacia que ronda a las actividades que emergen de personas con aspiraciones que se catalogan como políticas.

Las expresiones irresponsables de parte de las personas ávidas de reflectores que, además carecen de entendimiento y de conocimiento de la esencia de los derechos humanos, están avivando en el alegato general, el desánimo y el prejuicio hacia los mismos.

Al final, y como decían los abuelos, en el mundo de las cartas, se juzga con la misma dureza a las palabras, a la tinta y al papel.

Como consecuencia, la opinión general se permite entrar conflicto con la esencia misma de los derechos humanos; contrario a la dinámica natural de éstos y, al principio de progresividad que se les atribuye, surgen dentro de los entornos de decisión pública y privada, acciones paralegales que involucran la posibilidad de negarlos en un esfuerzo pragmático de resolver a corto plazo los males que nos agobian como sociedad.

Lo que nadie se atreve a decir por miedo al ludibrio popular, es lo que en la intimidad se discute, que una expectativa de derechos humanos, no es compatible con los ejercicios democráticos vigentes y que, esta expectativa, causa mella en la proyección de acciones desesperadas que persiguen dar forma a los anhelos de bienestar de la sociedad contemporánea de la que se alimenta la continuidad de proyectos políticos.

Es muy difícil concebir la idea de que los límites al poder público que, a partir de un ejercicio internacional de introspección, fueron reconocidos y engrosados en las filas de la dignidad de la especie humana, hoy en día sean, en lo íntimo, considerados como obstáculos para entregar a la población resultados inmediatos contra los males que se han alimentado a lo largo de décadas, e incluso siglos, de la ineptitud y la falta de proyección de desarrollo permanente.

La compleja conducta de la especie está, poco a poco, mancillando los apartados éticos que nos han permitido como comunidad humana concretar experiencias de éxito a nivel mundial. Lo urgente se mezcla de forma desesperada con lo importante y, se torna así en un amasijo que crece y se nutre de malas decisiones.

Modificar esta actualidad, no debe quedar postergado hasta que se presenten soluciones a las más básicas y físicas necesidades, debemos recordar la importancia que hay en que contemos, construyamos y consolidemos, desde la razón ética, un proyecto tangible, donde la dignidad humana resulte indefectible; uno donde resulte claro el axioma de que la dignidad permanece siempre como prioridad ante lo urgente, siendo claros de que, al doblegar este postulado, sacrificamos la distancia que hay del “hoy” hacia el bienestar general.

Desde inicios de la década de los 90´s del siglo pasado, existen visos de esfuerzos semejantes, los organismos públicos de derechos humanos son uno de ellos y, al respecto, se buscó originalmente blindarlos de los altibajos de la mala praxis política; de ahí que, acciones puntuales como los Principios de Paris, fueron desarrolladas para dar norte a las actividades públicas. La importancia de éstos radica en una notoria necesidad de separar los conflictos de la stásis social, de la ruta del desarrollo y el deber ser.

Nada nos asegura que las sombras de nuestra esencia entren en conflicto a la menor oportunidad, de ahí la importancia de refrendar a la menor oportunidad los compromisos generales que han dado cuenta de la capacidad que tenemos de reflexionar y corregir el rumbo.

Si podemos con todo hacer conciencia y coincidir en la simpleza de las palabras de Anna Eleanor Roosevelt, habremos con ello dado muestras claras de un nivel de conciencia que nos impida caer en los vicios que afloran en los periodos más lamentables de la historicidad.

“En los lugares pequeños, cerca de casa; tan cerca y tan pequeños que no pueden verse en los mapas del mundo. Sin embargo, son el mundo de la persona individual; el vecindario donde vive; la escuela o universidad donde estudia; la fábrica, granja u oficina donde trabaja. Tales son los lugares donde cada hombre, mujer y niño busca igualdad de justicia, igualdad de oportunidades, igualdad de dignidad sin discriminación. A menos que estos derechos signifiquen algo ahí, tendrán poco significado en ningún otro sitio. Sin una acción ciudadana coordinada para hacerlos cumplir cerca de casa, buscaríamos en vano el progreso en el mundo más grande”.

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