Adriana García Kuri.
Era el fin de semana del puente donde se conmemora a Benito Juárez en 2020 (a pocos les interesa), y la llegada de la primavera (los niños en shorts, las mamás en sandalias… al fin!). Nosotros estábamos en Tequisquiapan, Qro. Disfrutando de una casa rentada con lago, jardín y mucho sol cuando me llega un correo del colegio del hijo: “A partir de este martes, se suspenden las clases hasta nuevo aviso”.
Mi primera reacción fue literalmente: “Pero ¿poooor?” y obtuve mi respuesta al leer tweets, Facebook, recibir comentarios en WhatsApp: se cierra todo, todo el mundo a su casa y en 15 días nos componemos. Pensé: ok, lo vale, total son 15 días más vacaciones de semana santa… ok si puedo.
Volví a mi casa, armé un calendario en rotafolio con colores, puse horarios para el hijo, organicé nuestro mes de encierro. Actividades lúdicas, juegos, ejercicio, cocinar juntos, bailar, ver la tele y por supuesto puse un horario para parar todo y dormir. Lo veo ahora en retrospectiva y fue un mes padrísimo.
El hijo y yo nos unimos increíblemente, nos dimos ese tiempo que en temporada normal no nos dábamos porque había que apresurarse para ir a la escuela, había que apresurarse para comer y salir al hockey o a la clase de arte, había que apresurarse para ya irse a dormir. Ojo, con esto no quiero decir que no contaba los días y minutos para volver un supuesto 20 de abril a la normalidad; lo hacía y diario.
Pasó esa fecha irrisoria, 20 de abril. Eso el mundo entero lo sabía excepto algunas mamás incrédulas como yo, que guardábamos la esperanza, en esos tiempos de recuperar nuestras mañanas, nuestra paz, irnos al ejercicio, al súper, a hacer pagos, o aunque suene frívolo, al café o al salón con las amigas.
Pasó Abril y pasó Mayo, no me acuerdo en cuál de estos meses se dijo que el retorno a las escuelas sería cuando el famoso e infame semáforo estuviera en verde. Se dijo que Mayo había sido el pico pero que en Junio estuviéramos atentas y preparadas para el regreso a la escuela. No fue así… a mediados de Junio, la escuela avisó que se daba por terminado el ciclo escolar, que todos pasaban de grado (obvio para el hijo y para mí era kínder 2 y no pensábamos que no pasaríamos.) y que nos veíamos en Septiembre; que nos hiciéramos pelotas con nuestros niños sin cursos de verano, sin parques, sin playa, sin casa de la abuela (confieso que yo si me fui en Julio a ver a mi mamá); en fin, vean que hacen con ellos; total, son suyos ¿no? Y además pues no entendemos el virus, no tenemos estrategia, al chile.
Sospechábamos pero no sabíamos nada, esperábamos, soñábamos que por milagro, en Septiembre, así como Canadá, Dinamarca, Inglaterra y otros lugares ya habían abierto escuelas de alguna manera; híbrida, voluntaria, con extra cuidados, con muchas pruebas covid, México hiciera lo mismo o algo parecido. Pero no. Para Septiembre aún estábamos en rojo, todo supuestamente cerrado, todos supuestamente en casa.
Voy a confesarme aquí: a mediados de Agosto, mi grupo de amigas mamás, todas amas de casa dedicadas a nuestros hijos y a lo que nos diera tiempo profesionalmente hablando, pensamos; ¿Qué puede pasar? estamos encerradas desde Marzo, no nos hemos visto, casi ninguna va al súper, hemos hecho lo mismo todas, nos hemos cuidado, limpiamos el súper, usamos cal para las verduras, ya nos toca reunirnos… somos seis, veámonos en el depa de X, así despedimos a Y que se va a vivir a Mérida y nos ponemos al día. Pedimos comida y listo. Obviamente a la semana, tres de esas seis, con síntomas Covid-19 positivo y a encerrarnos. Para tranquilidad del que me lee, nadie grave, los hijos no se contagiaron, los esposos tampoco. Yo encerrada en la recámara 15 días, mi esposo haciéndola de mamá, ama de casa, papá, trabajando y mi pequeño, aguantando. Portándose como un caballero.
¿Otra confesión? Claro! En esos 15 días que encima de todo eran los primeros del ciclo escolar 20/21, al papá no le quedó de otra que ofrecerle y prometerle al hijo suficientes estímulos para no sucumbir en el caos total y morir… lo cual desencadenó lo que ya venía sucediendo sin que en realidad lo viéramos tanto, caos emocional, de límites, de conducta.
Finalmente pues salí de mi encierro, me empecé poco a poco a hacer cargo otra vez de las cosas de la casa y del hijo. Mi esposo siempre apoyando, jamás ha bajado la guardia y gracias a eso ha sido todo más llevadero, sin embargo, lo que concierne a lo académico, escolar no.
El hijo tuvo que entrar a terapia, busqué burbuja de aprendizaje, la encontré, estuvo una semana y no pudieron con él, le pusimos particulares, íbamos bien pero me daba cuenta que también les brincaba y no conseguían objetivos; su terapeuta dijo que debía volver al zoom para seguir desarrollando habilidades que los otros niños de su generación estaban desarrollando y volvimos a la escuela por zoom con sus maestros acompañándolo, estábamos invirtiendo una buena cantidad de dinero en eso cuando de repente: “Nosotros las escuelas privadas sabemos que los niños necesitan volver a las aulas, insistimos a la SEP que nos permita el regreso a clases con los cuidados debidos, con las precauciones y previsiones necesarias” y Boom! Mi cabeza no pudo parar, debía encontrar la manera de hacer que el hijo entrara a una escuela presencial.
En el colegio que estábamos, no había nada. Nadie hablaba, nadie proponía nada y finalmente gracias a nuestra terapeuta encontramos una burbuja de aprendizaje donde el chamaco terminará el Kinder 3.
Hoy empieza nuevamente ese fin de semana del puente de Benito Juárez en 2021, ha pasado un año entero. El Covid-19 sigue ahí amenazante, las vacunas llegan a cuentagotas, las escuelas siguen cerradas; pero bares, restaurantes, plazas y cines muy abiertos; aún no lo entiendo; cuando hay estudios científicos que demuestran que se puede de mil formas retomar la escuela presencial y que usando la creatividad podríamos tener a los niños de poco en poco, en espacios abiertos, ya estudiando.
En fin, aunque no me parece justo y me gustaría poder hacer algo; los niños cuyas mamás y papás no tienen los recursos o la oportunidad, seguirán en sus casas sin escuela, otros, intentando aprender desde zoom, mientras yo, finalmente, lo llevo a una burbuja donde desde el día uno pude ver que el aprendizaje se le queda, lo usa en todo lo que ve, lo emociona y ya quiere volver el martes a ver a su Miss y a sus nuevos amigos.


Adriana García Kuri
Master in Management por Oregon University, consultora de negocios, empresaria y mamá de tiempo completo.
