EL SOBERBIO DE PALACIO

Por Tinta Oscura.

El Diccionario de la Real Academia Española define la soberbia como la  «altivez y apetito desmesurado de ser preferido a otros». La altanería y la jactancia, actitudes que acompañan y agravan tal exceso, aparecen cada mañana en palacio nacional, en los recintos desde donde se pretende dirigir al país a través de un soberbio.

El personaje que aparece cada mañana trepado en un tapanco con un atril, una pantalla y sus enanos sentados a un costado de donde él  se encuentra de pie. Se cree que el dueño y sabedor de la política, de la economía, desprecia a la ciencia y además, entre otras cosas, se pretende historiador.

Su demagogia frente a los errores cometidos por sus antecesores, provocaron que los votantes le creyeran. Pero fue y ha sido su soberbia la que lo ha impulsado a creerse el transformador de la nación, aunque sus ideas sean las mismas que destrozaron al país en los años setenta y ochenta.

Creyente absoluto de que él es la verdad y no hay otra, por tanto su palabra es mandato, ha sido capaz de creer que con ella frena a un virus que ha matado a más de 600 mil personas en el país. Su altivez lo ha llevado a no usar cubrebocas y hasta recomendar abrazarse, aun y cuando el COVID le ha demostrado el error en que vive.

Su petulancia política lo ha hace considerarse imprescindible para su rebaño, al cual llama “pueblo bueno”, el cual necesita de sus ideas, de su fortaleza y orientación, de su guía, para no perderse. Así monopoliza el gobierno, los recursos de éste y bajo su criterio las vidas de sus ovejas, aunque el criterio sea ofensivo, mentiroso.

Bajo el engaño de creer que es la mejor evidencia de la política pública, construye programas como “Sembrando Vida”, “Jóvenes con Futuro”  y obras como el Tren Maya o la refinería de Dos bocas, destruye proyectos como el del aeropuerto de Texcoco y lo sustituye con el Felipe Ángeles, todos de espectaculares fracasos que día a día van aumentando su presupuesto, pero eso sí de grandes éxitos en su mente.

Desprecia la riqueza pero vive en un palacio a costa del erario. Habla de la honestidad y aborrece la corrupción pero se rodea de personajes cuya historia  y riqueza provienen más de la “transa” que de un honesto trabajo. 

Todos ellos han sido exhibidos, familiares recibiendo sobres con dinero, contratos a una prima, negocios de los hijos, propiedades que justifica como herencias, pero  al igual que todo de lo que acusa a sus supuestos enemigos, nada prueba, puros dichos. Esto resalta la hipocresía y el cinismo del soberbio personaje.

Ahora el soberbio pretende una consulta que lo ratifique que muestre que es el preferido y a cada planteamiento, acción o argumentación se desborda su arrogancia. Incita al odio y a la división de la sociedad un día sí y el otro también.

Hoy  su soberbia intenta destruir al Instituto Nacional Electoral, como lo ha hecho con otros órganos autónomos, alinearlo a lo que él decida y como lo decida, el plan es acabar con el organismo que ha valido para que los mexicanos caminemos paso a paso a una democracia. 

Eso pretende el engreído de palacio, desparecer la instancia que ayuda a regular nuestra democracia, todo bajo su soberbia discursiva de “primero los pobres”, mientras sus allegados se llenan los bolsillos y destruye las instituciones y él el preferido.

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