UNA ANÉCDOTA COTIDIANA
Por David Medrano.
Yo creo, todos los días, en las mañanas cuando hay frío, o calientan como nunca las madrugadas, tan, tan atemporal e inusual; es cuando un reportero entiende y otra vez descubre el mundo; te desayunas pasión, un café rápido, a veces acompañado de un cigarrillo, o cuando ni siquiera el sol se ha levantado; te descompones los pulmones de nueva cuenta, en esa inhalación de ir en busca de la historia, la noticia, lo que te dicen, lo que platican, los devenires que al mediodía, media tarde, por la noche, en exhalación, aparecen en esa información tan tuya, lograda para los demás.
Te debes a los demás, a los que muchas veces ansiosos, quisquillosos, inexorables, críticos, piden todos los días, las libertades que se esfuerzan por salir de entre tus dedos y agitan los nudillos.
Y duele que las cosas sucedan en el mundo, no hay ningún privilegio: pasan y pasan y pasan, en un serial que queremos, sea irrepetible, el desazón de la pobreza, lo funesto de las riquezas fáciles que concede la cercanía al poder, cual fuese; la mancha de la sangre; el olvido de la paz; las guerras; la miseria funesta, a costa de alguien más; los desafíos de querer saber qué hay en lo inocultable, porque sabes que se tiene que decir y no quedarse en lo permisible, olvidable, en lo impune.
Te embebes en los porqués, por más que te ponga a prueba como humano, tratas y reflexionas en entender qué hay detrás, lo dicho porque sí, y muchas veces por qué no; te acostumbras a la mentira, al falso dicho, a la invención de pirotecnia, a que hay los que no quieren que conozcan lo que hay detrás.
Y te encuentras con un sonido cotidiano, profundo, tan críptico y a la vez rítmico, mientras le quieres encontrar sentido a una idea, como solo alguien que le observa en una tecla de A, una B, una C; y descubre un inmenso abecedario que te aprendes de memoria. Aunque muchas veces, esos teclados son tan borrosos, pero tuyos.
Te invade siempre ese miedo, el vencer la inmensa página en blanco, la que no tiene fin. Quieres ser Cervantes, Telease, Rulfo, García Márquez, Scherer, Capote, Hemingway, Cortázar, y todos juntos. Pero buscas la palabra adecuada, la que no se marchitara mañana en el periódico, en la emisión de la tarde, y causa estruendo cuando se pronuncia en el noticiero más popular.
Ante el refunfuño y molestia de los que obtienen el efímero poder, les demuestras que no es la primera ocasión que te enfrentas a lo mismo, y que te has fogueado en los crisoles de las mañanas diarias, en la banqueta, en las esquinas de las calles donde buscas se externe una palabra que juras proteger cuando eres periodista, la de una ciudadanía, la que todos los días, espera algo diferente, algo mejor.
Te encuentras como al compañero de todos los días, a lo inexorable. Y en automático te detona una cascada de emociones, muchas de ellas, te recuerdan esa adrenalina de ir el primer día a la búsqueda de una historia. El cazador de especies inauditas, como decía Scherer.
Eres periodista, por decisión propia, por el cariño y lealtad que le demuestras a la profesión, pasen los años que sean, pero sigues en el mismo lugar, hasta las mismas condiciones, estás porque sabes que no hay una persona más libre que un reportero.
Los momentos de angustia, se asoman muchas veces en tu vida, un día te muestran una mueca de odio, pero otro -ojalá las menos-, te resuena en el oído el metal de una bala, y sólo porque estás ahí, haces tú trabajo.
Estás todos los días a mil grados de temperatura, o cuando se debe, gélido y hasta cruel, porque sabes perfectamente bien que tu trabajo es exigir explicaciones, evitar los atropellos, ser el contrapeso que la mayoría de las personas que conoces y sufren de todo eso, encuentran el eco en lo que haces, para eso estás ahí.
Te despiertas y levantas a deshoras; la pasas en el día en la construcción de los relatos, lo que alguien no vio y acostumbra como un desperfecto diario, para ti es el reflejo de la infamia, la arbitrariedad, el abuso; le encuentras el sentido adecuado para que en el colectivo social entiendan no están solos, ni son vulnerables.
No es un oficio de vanidades personales, por más que te sepas las claves policíacas; las rutas secretas de quién busca escabullirse al rigor del periodismo, a la crítica; algo más que él; el escenario de mañana, la siguiente semana, o lo que sucederá el próximo mes.
Los soliloquios personales te devuelven a cada instante, cuando en cada mañana, a veces madrugadas, sales a buscar información, no la tuya ni la de las casas editoriales; sino la que te consta tendrá resonancia. Y te apasiona. Eso te hace periodista.
Con unas semanas a la distancia, yo creo eso se debe reconocer en el Día de la Libertad de Expresión. Apenas en junio.
Un inmenso e inagotable amigo también le recuerdo sus palabras, dichas a maestros y regaladas a mí, aún como reportero imberbe: El periodismo, no es para los débiles de corazón.
Gracias a David Medrano por permitirnos publicar su artículo que escribió para el Semanario Exprés.
